Domingo. Día de Santiago y cierra España. Tocaba salida con nuestros hijos (más bien hijas) para ver si poco a poco van cogiendo el gusto de andar. Un clásico en Morata: la vuelta Morata-Chodes-Las Torcas-Morata con visita a otro arco de piedra, este más espectacular que el de Alpartir (que tampoco desmerece). 7 km con un poquito de casi todo, en comedidas dosis que esta el intervalo (que no rango) de edad se ensancha de los, más o menos, cinco a los cuarenta y bastantes. La quedada ya fue complicada, más que por los niños, por algún que otro cenefo (de facto o in pectore) con despertar laxo. A trompicones fuimos llegando al albergue una tropa abundante. Solo mencionaremos los verdaderamente importantes: María, Blanca, Inés, Marta, Lucía, Julia, Nacho y Frida (creo que correctamente ordenados).
Comenzados la salida a eso de las 9.30 h, tirando para Chodes por Capurnos. Hicimos un pequeño alto en la zona de inicio a la escalada que hay (casi) a pie de puente, pero nos quedamos con las ganas de hacer de la vía ferrata (arneses no faltaban). Tirando para Chodes nos cruzamos con los colegas de la PC que han salido de buena mañana a estirar un poco y ganarse el almuerzo. Ya en el camino, empezamos con los primeros problemas de mosquitos, que a la vista del rastro dejado son algo más que tigres. Ni el Aután parece hacerles mella.
La solana de la zona del viejo castillo se reparte entre los diversos grupos que se van formando camino del río. En breve, llegamos a la mineta y podemos contemplar nuestro río, que aún en estas fechas baja bravo y burlón de promesas de caudales ecológicos. No sabemos qué conocerán los hijos de estas cenefitas, pero nos tememos lo peor. Cruzando por el puente de las Torcas, llegamos a nuestra peña agujereada. Reponemos fuerzas con unas rondas de chuches para los niños y una bolsa para Juancho. Rumores había de su filia, pero no se considero que llegase a tanto.
Subimos a la peña e hicimos sesión de fotos, antes de bajar y asistir a la refrescada de pinrel de Belén. Pertinentes risas y hacia Morata. En la zona de escalada había más de un grupo que aprovecha la buena mañana y la sombra para tirar de roca. Es un espectáculo ver como van ascendiendo poco a poco, con tesón, aprovechando cada asidero de la pared. Con más asideros y menos tesón para subiendo hacia las paredes negras. Ya alguna niña empieza a dar síntomas de cansancio y ni la preciosa vista del pueblo le reconforta en exceso.
El camino es ya llanito, pasando por el comedero de buitres y la zona del tren encajonado, antes del cruce con las viñas bajas. De ahí, en adelante, una pequeña subida y la bajada al calvario fin de etapa.
El resto, como de costumbre. Vermú popular en el albergue con jarras isotónicas (en sus variedades de sola, con gas o con limón), barritas energéticas de torreznos y dos platos de patatas bravas para compensar tanta mesura.
Los niños felices. Creando cantera.
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