Vaya... resulta que no estábamos muertos. Quizás algo de parranda. Pero hecho el propósito de enmienda hemos vuelto a reunirnos para subir a otro de los mitos cenefos de este último año: la Sierra de Armantes. Hubo intentos que desbarató la lluvia o la pereza. Esta vez ha sido la buena.
La salida ha sido temprana para estar en Morata sobre las 7.30. Tras labores de jardinería, compra de pan en Los Pelos y recogida de Juancho, partimos para Calatayud sobre las 8.00. Hay que tomar la primera salida que marca a Soria y coger la nacional que va para allá. Pasado el puente sobre el Jalón, se sigue unos 10 minutos hasta tomar una carretera hacia la izquierda cerca de una curva (ojo con la cogida de carretera que se las trae). Luego ya es seguir hasta pasar una construcción y girar inmediatamente en la pista forestal de la derecha. Buscar para aparcar y en marcha hacia la cruz de Armantes.
La subida inicial la hemos hecho por una senda en un barranco, aunque poco después tomamos la ladera de la derecha el camino que nos ha de llevar arriba. Tiene poca pérdida. En todo momento se adivina un paisaje erosionado por el agua con varios puentes de piedra naturales: grandes losas de piedra que han quedado casi al aire por la erosión del terreno de debajo. El verde también llama la atención. Un pinar con un verde claro y vivo que contrasta con el cielo gris, y algo plomizo, aunque sin amenaza de lluvia. Hemos marcado un buen ritmo que para eso estaba Juanjo delante tirando.
Llega un momento que se adivina ya el monte cincelado al que nos dirigimos. No es mucho lo que se tarda. En menos de dos horas llegamos arriba y el paisaje cambia de repente. Del verde de los pinos, a una tonalidades de marrón que llena todo el paisaje. Resulta divertido, y espectacular, ver los castillos que se ha entretenido el tiempo en afinar a puro de soplo y paciencia. Algo de Far West en Oregón. Como siempre, arriba la foto de rigor, los típicos ciclistas que siempre llenan las mañanas del fin de semana y la disputa tecnológica por localizar sierras cenefas que la lejanía. Al poco tiramos para la cruz que es nuestro destino.
Allí nos disponemos a dar cuenta del almuerzo reglamentario. Reestrenamos la bota tras la labor de cirugía de Fernando. Ahora sí que hay que echarle valor. En todo caso el vino botable ayuda (a pesar de su caudal) a digerir un buen bocadillo de anchoas-chorizo-salchichón. Se ve que la escuela Fernando arrasa. Colofón con carajillo, excelente aportación de Miguel que nos va a calentar más de una mañana de este invierno. Realmente nos apuntamos a un bombardero.
Una vez hemos dado cuenta del almuerzo, bajada por otra pista. El paisaje es menos espectacular, pero sigue mericiendo la pena. Y poco antes de las 13.30 en el coche. Lo demás, imaginable: llegada al albergue, torreznitos, huevos con gamba, inglesitos, ración de calamares, pinchitos de tortillas varias... y reposición de líquidos y sales. Lo normal tras 20 km de marcha por la zona de Calatayud.
Finalmente, el propósito de enmienda llega al menos a la próxima salida que se prevé por Guara. Miguel nos iluminará o incluso el CAU. Al tiempo. Felicitamos desde aquí a los que se han dejado de sumar en esa vergonzosa cifra que ronda los cinco millones y a los que arriman algo más su cotidianidad a Zaragoza (a este último pájaro lo queremos ver volar algo más con nosotros). Se acabaron las frases hechas por hoy.