FICHA TECNICA | |
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Fecha: | 19/07/2014 |
Distancia: | 62.7 km |
Desnivel positivo: | poco |
Dificultad: | Calcetinada-Inflón |
Tiempo Invertido: | Mucho |
Los años de olimpiadas o mundial (el del pelotón y los
chanchullos, que parece que no haya otro), son años de santabarbarada:
peregrinación que lleva a quienes deseen, a desandar ese camino que tantos han
hecho desde el pueblo a ese charco que todo fagocita. Peregrinación que une la
basílica del Pilar con nuestra ermita de Santa Bárbara. Peregrinación nocturna,
para evitar el castigo de un paisaje duro, poco complaciente con el andarín,
pero llena del placer que supone compartir muchos kilómetros con sana
conversación, humor y ganas de pasarlo bien; con la certeza de que la felicidad
no está en la aparente grandeza del objetivo sino en conseguirlo, o al menos en
intentarlo. Sin más.
Con eso nos conjuramos el sábado 19 de julio los que en la
foto aparecen (salvo Miguel que este año tenía que trabajar, pero nos hizo el
favor de bajarnos y de alegrarnos la noche), a las 21 h para hacer la foto de
rigor basílica al fondo, repartir medidas de la Virgen del Pilar conmemorativas
de la ocasión y partir a Rosales del Canal desde donde esta vez iniciamos la
marcha, para evitar el asfalto de la ciudad. Ya para entonces habíamos probado
que la furgo “los bonis” sigue en plena forma. Nos quedaban 63 km por delante y
una larga noche que pensábamos fraccionar en muchas paradas para facilitar que
el conductor de la furgoneta de apoyo no se aburriera en exceso. El primer
relevo para Ángel, que algún día nos dará un seminario de cómo se conduce
adecuadamente el vehículo oficial cenefo.
Salida a 21.30h. La primera parte sigue el canal para desviarse
luego hacia Plaza, donde nos esperaba Ángel. Ya para entonces se veía que el
ritmo era vivo y que la noche no iba a ser demasiado calurosa: algo de viento y
el calorcito justo. Cuando llegamos a Plaza, más de una cara de asombro, algo
de bebida, cambio de guardia y para Centrovía, ya por la parte izquierda de la
carretera que no íbamos a dejar en todo el camino. Fue esta parte algo dura por
lo intenso del ritmo y el viento que soplaba. Por esta zona ya iba Moncho
trackeando el camino.
Al alcanzar Centrovía, nuevo cambio y demostración de
solidaridad senderista con el conductor de la nave cenefa, que tuvo más que
alguna dificultad con su gobierno. Al parecer hubo muchas risas, salvo en dos.
Queda también para el imaginario cenefo una de las varias frases que generó la
noche: “Cabrones ¡qué huele a quemado desde aquí!”. Debe decir el cronista que
la subida a La Muela por la parte izquierda se hizo rápida, con poco esfuerzo y
sin ceda el paso que valga. Eso sí, aterrizamos con suavidad en la gasolinera
que hay en la parte izquierda donde íbamos a dar cuenta de la cena en unas
mesitas que amablemente nos cedieron en la gasolinera. Lo típico, carne y
pescado, algo de fruta y bota cenefa que corrió lo justito. Hubo tiempo hasta
para un cafecito caliente que la noche lo merecía; no sobraba nada de calor.
Repuestos, le tocó a Carlos el relevo y ahí se vino arriba.
Parecía increíble que a la primera arrancara y saliera derrapando camino de la
siguiente parada. Esta zona de molinos se hizo larga y con Ángel siempre en
cabeza, algo que ya no abandonaría en toda la marcha. Se le nota en forma. Conversaciones,
silencios, algún que otro animal y guasaps varios de Miguel fueron animando
esta parte de la andada en noche cerrada. Una santa compaña de frontales, siempre
dividida en dos partes. En la zona de El Sabinar nos esperaba una sorpresa:
Miguel había salido pronto de trabajar y se pasó a saludarnos camino del
pueblo.
Seguíamos con los relevos reglamentarios, aderezados con la
campaña iniciada por Juancho para convencer a alguno de los presentes de que la
condujese. y que dejo alguna otra frase para el imaginario como ese intercambio
“Olveguita”, “Lorito” que aguantó hasta la comida. Por entonces, el cronista
descubrió que la nave en segunda arranca sin problemas, y que se cambia fácilmente
a tercera. También aparecieron las primeras gotas, poco preocupantes y que nos
había anticipado Miguel. En la gasolinera siguiente a Los Navarros aparecieron
las primeras luces del día y un panorama de nubes amenazantes, que iban
avanzando perpendicular a nuestra marcha y que terminó por descargar algo de
lluvia que obligó a echar mano de los chubasqueros y a Moncho y Pelo a
refugiarse a dormir en la furgoneta.
Llegados a La Almunia, salió definitivamente el sol y la
marcha se animó de nuevo. Como la última vez, los últimos kilómetros antes de
llegar giraron sobre cómo llegar a Morata. Esta vez desistimos de las antenas
de la Perdiz para tirar por la cicatriz de Mularroya. Ya para entonces, Rafa,
que había hecho una ascensión el viernes a un pico de más de 2800, estaba casi grogui
y solo le aguantaba el pundonor que tiene. Aun se le pudo convencer para que
cogiese la nave y se fuera para la vieja gasolinera de Mularroya, hoy
territorio devastado. En esta zona Moncho nos guio y empezamos a dudar de si
tanto subir a pesar de que había que bajar, tenía sentido, pero llegamos a la
zona de la carretera donde nos esperaba otro de los momentos del imaginario: “A
Rafa ya lo han pescado; vamos por los pinos”. A pesar de que el cansancio
causaba mella, aun nos llegó el riego para convencernos de que había que ir al
encuentro de la furgoneta, junto a la que estaba el guarda de la zona, aunque
terminó por venir a nuestro encuentro avisarnos de la presencia de nuestro
compañero y marcharse a seguir vigilando.
Hubo aquí un momento de confusión,
¡qué por aquí!, ¡qué por la carretera!... En fin, que terminó Juancho con la
nave y el resto salieron en estampida… y pasó. Rafa pisó mal y esguince. Y mira
que nos habíamos librado a lo largo de todos estos años. Aun tuvo arrestos para
seguir hasta la cantera ya casi en Morata, aunque a un paso lento y sufrido…
eso sí, algunos creemos que delirando. Montado en la furgo, ya solo quedaba
arribar, ir al encuentro del cenefo Miguel y llegar por fin a la ermita. Eran
cerca de las 11.30h. Fotos, abrazos, ducha y salida para celebrar con una
paellita una bonita jornada de andada. Con los típicos vítores a la cocinera,
puyaditas a diestro y siniestro para ir haciendo boca, brindis varios y buen
humor fue transcurriendo la comida. Y de allí a dar cuenta de un gin-tonic al
Zepellin… y a descansar.
Un vez más hemos desandado el camino. Salud para la próxima,
compañeros.