Que nadie ponga en duda que el cenefo es animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pues sí, una vez olvidada la Calcenada de 60 km del pasado verano, el reto era participar en la IX Jorgeada. Esta andada la organiza todos los años Os Andarines de Aragón para celebrar el día de San Jorge, patrón de nuestra bendita tierra.
Y allá fuimos Fernando y este que narra en cuerpo y algún otro cenefo que me consta nos acompañó en alma. La hora de salida era las diez de la noche en la plaza del Pilar, y nosotros quedamos una horita antes. Un amigo de fernando nos iba a acompañar, pero en el último momento decidió sensatamente salir desde Almudevar al día siguiente.
Y allá fuimos Fernando y este que narra en cuerpo y algún otro cenefo que me consta nos acompañó en alma. La hora de salida era las diez de la noche en la plaza del Pilar, y nosotros quedamos una horita antes. Un amigo de fernando nos iba a acompañar, pero en el último momento decidió sensatamente salir desde Almudevar al día siguiente.
La organización , junto a la fuente de Goya, preparó un escenario donde se repartieron las copas a los ganadores del año 2009 de la liga y copa de las Andadas Populares, que paradojas de la vida, aunque no tienen carácter competitivo si que tienen clasificación y ganadores. También entregaron una cerámica a los valientes que cumpían su quinta participación en la Jorgeada. Moscatelito y pastas para ir quitando el miedo al cuerpo, y para atraer la llamada de los sin-techo que rondan la plaza del Pilar, todo ello amenizado por la Banda de Gaitas de Boto Aragonesas. Entrega de dorsales 212 para Fernando y el 109 para mi. La lluvia nos amenazaba con amargarnos la noche, pero al final se quedó simplemente en constante amenaza.
Para logística Fernando ingenió colocar los frontales en la cinta de la mochila (¡gran idea cenefa!) y me persuadió de llevar los palos en la andada, y yo haciéndole caso los dejé en la mochila que la organización transportaba en la furgoneta. Nos hicimos unas fotos, con Manolo uno de los clásicos e ilustres premiados, con el presidente de la FAM y con el atleta montisonense Eliseo Martín, electo Jorgeador del año, y que a las diez en punto cortó la cinta de salida.
Para logística Fernando ingenió colocar los frontales en la cinta de la mochila (¡gran idea cenefa!) y me persuadió de llevar los palos en la andada, y yo haciéndole caso los dejé en la mochila que la organización transportaba en la furgoneta. Nos hicimos unas fotos, con Manolo uno de los clásicos e ilustres premiados, con el presidente de la FAM y con el atleta montisonense Eliseo Martín, electo Jorgeador del año, y que a las diez en punto cortó la cinta de salida.
Y allá salimos, en el grupo de cabeza a una velocidad de vértigo, para cruzando el puente de Piedra, atravesar el Arrabal ir dejando Zaragoza en busca de llenar de 75 kilometros nuestras botas.
Antes de llegar al Camino de los Molinos, ya perdimos de vista al grupo delantero (que según nos contarían más tarde llegaron a Huesca a las 10 de la mañana), y eso que nosotros caminábamos rondando los 7 kilometros por hora.
Pasamos San Gregorio, y nos dirigimos por un tramo de camino y después por otro asfaltado en dirección a San Juan de Mozarrifar. Eran las 23:10, habíamos volado para hacer los primeros 7.5 kilómetros, y un plato de macarrones en el avituallamiento cayó en cuatro ganchadas. Fernando no quería parar mucho tiempo en los avituallamientos para no quedarnos fríos. Así que con los macarrones en la garganta, tomamos dirección a Villanueva de Gállego, donde llegamos a las 0:22 horas. Llévabamos 14 kilómetros cargados de buenas sensaciones y decidimos detenernos poco y tomar solo agua en el avituallamiento ya que esta vez nos esperaba un chocolate caliente, que no tomamos por por precaución cenefa y por miedo a una inorportuna descomposición.
El siguiente tramo nos llevaría a Zuera (el pueblo al que hay que ir siempre de visita), la vieja cañada Real de Huesca que transcurre paralela a la N-330, era el recorrido que la organización había marcado. Como incomprensiblemente más de la mitad de los andarines no llevaban ninguna linterna, muchos optaron por realizar este tramo por el anden de la carretera. Fernando y yo fuimos fieles al recorrido oficial, y por él fuimos hasta Zuera.
A las 2:15, entrábamos en el pabellón de Zuera (km 26,5), donde nos aguardaba un avituallamiento y las mochilas, y donde pudimos ver los primeros abandonos por lesiones musculares y problemas plantares. Descansamos un cuartito de hora y pasando por alto el cuidado de nuestros pies, salimos para realizar el segundo tercio de la andada.
Esta vez tocaba carretera, y por el anden de la N-330 salimos pletóricos en busca de Almúdevar. La noche estaba muy oscura, las nubes que tapaban la luna en su cuarto creciente, apenas nos permitían distinguir nada del paisaje. Muchos compañeros se unína brevemente a nosotros, pero escasos de conversación. Parecía como si todos quisieran guardar hasta la última gota de energía. Fernando y yo chino-chano íbamos hablando para hacer más ameno el camino. En este tramo hasta Almúdevar no íbamos a pasar por ninguna localidad y el camino se hacía por una pista de tierra, que transcurre junto a la vía férrea y a la A-23.
Antes de llegar al Camino de los Molinos, ya perdimos de vista al grupo delantero (que según nos contarían más tarde llegaron a Huesca a las 10 de la mañana), y eso que nosotros caminábamos rondando los 7 kilometros por hora.
Pasamos San Gregorio, y nos dirigimos por un tramo de camino y después por otro asfaltado en dirección a San Juan de Mozarrifar. Eran las 23:10, habíamos volado para hacer los primeros 7.5 kilómetros, y un plato de macarrones en el avituallamiento cayó en cuatro ganchadas. Fernando no quería parar mucho tiempo en los avituallamientos para no quedarnos fríos. Así que con los macarrones en la garganta, tomamos dirección a Villanueva de Gállego, donde llegamos a las 0:22 horas. Llévabamos 14 kilómetros cargados de buenas sensaciones y decidimos detenernos poco y tomar solo agua en el avituallamiento ya que esta vez nos esperaba un chocolate caliente, que no tomamos por por precaución cenefa y por miedo a una inorportuna descomposición.
El siguiente tramo nos llevaría a Zuera (el pueblo al que hay que ir siempre de visita), la vieja cañada Real de Huesca que transcurre paralela a la N-330, era el recorrido que la organización había marcado. Como incomprensiblemente más de la mitad de los andarines no llevaban ninguna linterna, muchos optaron por realizar este tramo por el anden de la carretera. Fernando y yo fuimos fieles al recorrido oficial, y por él fuimos hasta Zuera.
A las 2:15, entrábamos en el pabellón de Zuera (km 26,5), donde nos aguardaba un avituallamiento y las mochilas, y donde pudimos ver los primeros abandonos por lesiones musculares y problemas plantares. Descansamos un cuartito de hora y pasando por alto el cuidado de nuestros pies, salimos para realizar el segundo tercio de la andada.
Esta vez tocaba carretera, y por el anden de la N-330 salimos pletóricos en busca de Almúdevar. La noche estaba muy oscura, las nubes que tapaban la luna en su cuarto creciente, apenas nos permitían distinguir nada del paisaje. Muchos compañeros se unína brevemente a nosotros, pero escasos de conversación. Parecía como si todos quisieran guardar hasta la última gota de energía. Fernando y yo chino-chano íbamos hablando para hacer más ameno el camino. En este tramo hasta Almúdevar no íbamos a pasar por ninguna localidad y el camino se hacía por una pista de tierra, que transcurre junto a la vía férrea y a la A-23.
En el kilómetro 41, había situado un avituallamiento justo en el límite que separa las provincias de Zaragoza y Huesca, y allí llegamos a las 5:20. manteniendo una media total de 6 km/h. Vasito de aquarius, una trampa (gelatina energetica), una mirada al autobús escoba que recogía a los retirados y enseguida emprendimos de nuevo la marcha.
Saltaron las primeras alarmas en forma de rozaduras en mi pie, que cada vez se hicieron más molestas y justo cuando llegamos a San Jorge, kilometro 48 y eran las 7:50, supe que hasta que finalizara no me iban a abandonar. En San Jorge, nos dieron una tarjeta de control, en ella indicaban que llevábamos 61 andarines por delante nuestro, y que nos quedaban 8 kilometros para llegar a Almudevar.
Ahora si amanecido, pudimos contemplar los verdes cultivos de frutales y campos de alfalfa miesntra caminábamos por la Cabañera Real de Lupiñén, que nos llevaría directos al pueblo de las afamadas trenzas. Las rozaduras se tornaron en ampollas, y las molestias iniciales se convirtieron en dolor. Aún así llegamos al campo de fútbol de Almudevar a las 8:30 de la mañana. A pesar de los contratiempos llevamos una media superior a los 5,5 km/h.
Saltaron las primeras alarmas en forma de rozaduras en mi pie, que cada vez se hicieron más molestas y justo cuando llegamos a San Jorge, kilometro 48 y eran las 7:50, supe que hasta que finalizara no me iban a abandonar. En San Jorge, nos dieron una tarjeta de control, en ella indicaban que llevábamos 61 andarines por delante nuestro, y que nos quedaban 8 kilometros para llegar a Almudevar.
Ahora si amanecido, pudimos contemplar los verdes cultivos de frutales y campos de alfalfa miesntra caminábamos por la Cabañera Real de Lupiñén, que nos llevaría directos al pueblo de las afamadas trenzas. Las rozaduras se tornaron en ampollas, y las molestias iniciales se convirtieron en dolor. Aún así llegamos al campo de fútbol de Almudevar a las 8:30 de la mañana. A pesar de los contratiempos llevamos una media superior a los 5,5 km/h.
En Almudevar nos aguardaba un exquisito bocadillo de panceta a la brasa (de lo mejor de la andada!). Hicimos un merecido descanso, curamos los pies y como humanos dudamos si continuar.
Emprendimos la marcha a las 9:10, y el parón hizo mella en las piernas que tardaron varios kilometros en despertar. Esta vez emprendimos dirección Huesca por la Cabañera Real del mismo nombre. Nos quedaban 20 kilometros para alcanzar el objetivo, y la duda de si llegaríamos.
Cada vez dábamos mas pasos sin mediar palabra, y fuimos acumulando kilometros como pequeños triunfos en la batalla que ahora librábamos contra nuestra maltrecha resistencia física. Apareció Huesca al fondo tras recorrer varios kilometros por la senda en que se había convertido la Cabañera, y que su belleza constrastaba con el dolor que causaban los cantos de las piedras en mis doloridos pies.
Quedaban unos pocos kilómetros y mucho silencio, pero sobretodo muchas ganas de llegar.
Y llegamos, vaya si llegamos, a la 1:13 llegamos a la ermita de San Jorge, donde debido a la festividad miles de oscenses disfrutaban del sol y de comidas campestres.
Dos cañas de trago, recogida de recuerdos (camiseta conmemorativa, revista, folletos y porta-móvil) una duchita y a comer.
El menú: ensalada, paella y "dalqui"
Después al autobús a Zaragoza, donde como os imaginais el único que iba despierto era el conductor.
Gracias a Rosa y a Ana por vuestra comprensión cenefa, a Fernando por compartir este reto y al resto de los cenefos por acompañarnos en alma.
Emprendimos la marcha a las 9:10, y el parón hizo mella en las piernas que tardaron varios kilometros en despertar. Esta vez emprendimos dirección Huesca por la Cabañera Real del mismo nombre. Nos quedaban 20 kilometros para alcanzar el objetivo, y la duda de si llegaríamos.
Cada vez dábamos mas pasos sin mediar palabra, y fuimos acumulando kilometros como pequeños triunfos en la batalla que ahora librábamos contra nuestra maltrecha resistencia física. Apareció Huesca al fondo tras recorrer varios kilometros por la senda en que se había convertido la Cabañera, y que su belleza constrastaba con el dolor que causaban los cantos de las piedras en mis doloridos pies.
Quedaban unos pocos kilómetros y mucho silencio, pero sobretodo muchas ganas de llegar.
Y llegamos, vaya si llegamos, a la 1:13 llegamos a la ermita de San Jorge, donde debido a la festividad miles de oscenses disfrutaban del sol y de comidas campestres.
Dos cañas de trago, recogida de recuerdos (camiseta conmemorativa, revista, folletos y porta-móvil) una duchita y a comer.
El menú: ensalada, paella y "dalqui"
Después al autobús a Zaragoza, donde como os imaginais el único que iba despierto era el conductor.
Gracias a Rosa y a Ana por vuestra comprensión cenefa, a Fernando por compartir este reto y al resto de los cenefos por acompañarnos en alma.
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