FICHA TECNICA | |
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Fecha: | 24/08/2014 |
Distancia: | 12,3 km |
Desnivel positivo: | 1.050 m |
Dificultad: | Moderado |
Tiempo Invertido: | 5h0m |
El avanzado fin de la temporada de verano nos mueve un año más a cumplir con el obligado ritual de ascender a esa montaña insignia de la provincia de Zaragoza.
Nuestro querido Moncayo nos acoge un año tras otro brindándonos caminos y paisajes que aunque repetidos no dejan de ser sorprendentes. Será que su omnipresente presencia provoca en nuestras almas sentimientos enfrentados como los de aquel que reniega de un dios que ya no ampara.
Habíamos elegido para esta jornada una ruta desde La Cueva de Agreda similar a la de otras ocasiones pero con una variante que a la postre no sería tanta.
Saliendo temprano, los primeros desde Morata y recogiendo algunos más en Nigüella nos presentamos en La Cueva a eso de las siete bien cumplidas: Luis, Luis I, Rafa, Javi Clemente, Angel, Fernando, Raul y un servidor.
La fresca mañana hace que algunos se rebocen hasta las cejas, aunque pronto la dura subida haría que nos sobrara ropa.
Tiramos por la GR-86 y aunque según la ruta escogida deberíamos haber girado a la izquierda para acceder al Moncayo por el Collado de Pasalobos (o de Castilla), a lo que nos damos cuenta ya estamos en el tramo que debería ser de bajada, por lo tanto y haciendo gala de practicidad, decidimos hacer la ruta al revés de lo planificado. Alguno recuerda la famosa frase de Rafa: "esto no era lo previsto".
Continuamos paralelos al arroyo que baja pleno de agua y su murmullo anima la marcha a estas horas de la mañana.
Pronto el camino se torna sendero y el sendero se empina sugiriendo bajar el ritmo y pararse a descansar con más frecuencia. Algunos ponen ritmo de sprinter en etapas de montaña, así la subida se hace más agradable que pesada. Recuerdo aquel dicho popular que sabiamente nos enseña que para llegar a la cumbre como un joven hay que subir como un anciano.
Seguimos por la GR y alcanzamos el punto en el que la subida se complica no por su dificultad técnica si no por su pronunciada pendiente. Comienza el ascenso por el barranco del Colladillo, un barranco de piedra, seco y muy empinado. Los pasos se hacen lentos y cortos, incluso en alguna ocasión nos vemos tentados de echar las manos al suelo para no perder estabilidad en algunos de los pasos rocosos que nos encontramos.
Un último esfuerzo y ya estamos en el Collado del Alto de las Piedras, collado que une el Cerro de San Juan y el Pico de San Miguel o Moncayo.
Desde el collado la perspectiva del Pozo de San Miguel es espectacular y ventosa, así que no perdemos mucho tiempo más en el deleite visual y vamos rápidamente hacia la cumbre donde nos cobijaremos en los refugios de piedra que tantas veces nos han servido de improvisado comedor.
Compartimos almuerzo y botas, de vino quiero decir, pues esta vez se cumplió la máxima de que por cada tres persona hace falta una bota.
Fotos de rigor y tiramos para abajo ahora por el lado opuesto al que subimos. Un desceso tan vertiginoso como pedregoso nos conduce por un sendero escasamente marcado hasta el Collado de Pasalobos o de Castilla. En este punto el sendero continúa por la derecha hacía el Santuario pero nuestro destino es justamente el opuesto.
Revisamos la ruta a seguir y vemos que nos obliga a subir a la Peña Negrilla, justo en frente nuestro, y como el tiempo se nos va como el agua entre las manos, calculamos que ascender de nuevo hasta los 2.117m de esta peña nos llevará bastante tiempo, así que improvisamos ruta por la falda sur de la peña siguiendo un sendero, probablemente camino de animales salvajes, el nos va haciendo perder altitud muy lentamente.
En el camino vemos algún corzo que asustado de la presencia de semejante expedición huye despavorido ladera abajo a buscar refugio en sabe dios que escondite.
Nos paramos varias veces a observar la panorámica desde este camino y algunos no dan crédito al barranco por el que ascendimos unas pocos minutos antes, desde aquí parece imposible.
Llegados al punto en el que podríamos haber recuperado la ruta original, estimamos que nos llevará mucho tiempo hacer esa vuelta así que tomamos la directa animados por Luis I que nos dice un par de veces, o alguna más no lo recuerdo bien, que por ahí bajó con raquetas hace algún tiempo, pero estamos en agosto y ya se sabe que las raquetas no son para el verano.
Tomamos un barranco poco claro de andar pero que nos deja directos en el camino original, el de subida. Desde aquí la vuelta es un paseo suave solamente endurecido por el sol de justicia que nos hace sudar a gota gorda.
Terminada la vuelta, algo más de 12km según unos y 14km según otros, misterios de la tecnología GPS, y algo más de 1.000m de desnivel, se hace necesario un refrigerio y tras una serie de dudas nos decantamos por acercarnos a la plaza de La Cueva para allí tomar las jarras de rigor y salir bien escocidos de la espera y del coste del arreo.
No contentos y para que nadie se quedara con las ganas, en la vuelta paramos en el albergue de Calcena donde servicio y precios son más amistosos. Así que al final el sabor de boca es dulce.
Objetivo cumplido, simplemente despedirnos como como dirían los romanos de aquella época en que se le puso nombre a este gigante: "Vale Mon Canus, Omnia bene tibi eveniant".
Nuestro querido Moncayo nos acoge un año tras otro brindándonos caminos y paisajes que aunque repetidos no dejan de ser sorprendentes. Será que su omnipresente presencia provoca en nuestras almas sentimientos enfrentados como los de aquel que reniega de un dios que ya no ampara.
Habíamos elegido para esta jornada una ruta desde La Cueva de Agreda similar a la de otras ocasiones pero con una variante que a la postre no sería tanta.
Saliendo temprano, los primeros desde Morata y recogiendo algunos más en Nigüella nos presentamos en La Cueva a eso de las siete bien cumplidas: Luis, Luis I, Rafa, Javi Clemente, Angel, Fernando, Raul y un servidor.
La fresca mañana hace que algunos se rebocen hasta las cejas, aunque pronto la dura subida haría que nos sobrara ropa.
Tiramos por la GR-86 y aunque según la ruta escogida deberíamos haber girado a la izquierda para acceder al Moncayo por el Collado de Pasalobos (o de Castilla), a lo que nos damos cuenta ya estamos en el tramo que debería ser de bajada, por lo tanto y haciendo gala de practicidad, decidimos hacer la ruta al revés de lo planificado. Alguno recuerda la famosa frase de Rafa: "esto no era lo previsto".
Continuamos paralelos al arroyo que baja pleno de agua y su murmullo anima la marcha a estas horas de la mañana.
Pronto el camino se torna sendero y el sendero se empina sugiriendo bajar el ritmo y pararse a descansar con más frecuencia. Algunos ponen ritmo de sprinter en etapas de montaña, así la subida se hace más agradable que pesada. Recuerdo aquel dicho popular que sabiamente nos enseña que para llegar a la cumbre como un joven hay que subir como un anciano.
Seguimos por la GR y alcanzamos el punto en el que la subida se complica no por su dificultad técnica si no por su pronunciada pendiente. Comienza el ascenso por el barranco del Colladillo, un barranco de piedra, seco y muy empinado. Los pasos se hacen lentos y cortos, incluso en alguna ocasión nos vemos tentados de echar las manos al suelo para no perder estabilidad en algunos de los pasos rocosos que nos encontramos.
Un último esfuerzo y ya estamos en el Collado del Alto de las Piedras, collado que une el Cerro de San Juan y el Pico de San Miguel o Moncayo.
Desde el collado la perspectiva del Pozo de San Miguel es espectacular y ventosa, así que no perdemos mucho tiempo más en el deleite visual y vamos rápidamente hacia la cumbre donde nos cobijaremos en los refugios de piedra que tantas veces nos han servido de improvisado comedor.
Compartimos almuerzo y botas, de vino quiero decir, pues esta vez se cumplió la máxima de que por cada tres persona hace falta una bota.
Fotos de rigor y tiramos para abajo ahora por el lado opuesto al que subimos. Un desceso tan vertiginoso como pedregoso nos conduce por un sendero escasamente marcado hasta el Collado de Pasalobos o de Castilla. En este punto el sendero continúa por la derecha hacía el Santuario pero nuestro destino es justamente el opuesto.
Revisamos la ruta a seguir y vemos que nos obliga a subir a la Peña Negrilla, justo en frente nuestro, y como el tiempo se nos va como el agua entre las manos, calculamos que ascender de nuevo hasta los 2.117m de esta peña nos llevará bastante tiempo, así que improvisamos ruta por la falda sur de la peña siguiendo un sendero, probablemente camino de animales salvajes, el nos va haciendo perder altitud muy lentamente.
En el camino vemos algún corzo que asustado de la presencia de semejante expedición huye despavorido ladera abajo a buscar refugio en sabe dios que escondite.
Nos paramos varias veces a observar la panorámica desde este camino y algunos no dan crédito al barranco por el que ascendimos unas pocos minutos antes, desde aquí parece imposible.
Llegados al punto en el que podríamos haber recuperado la ruta original, estimamos que nos llevará mucho tiempo hacer esa vuelta así que tomamos la directa animados por Luis I que nos dice un par de veces, o alguna más no lo recuerdo bien, que por ahí bajó con raquetas hace algún tiempo, pero estamos en agosto y ya se sabe que las raquetas no son para el verano.
Tomamos un barranco poco claro de andar pero que nos deja directos en el camino original, el de subida. Desde aquí la vuelta es un paseo suave solamente endurecido por el sol de justicia que nos hace sudar a gota gorda.
Terminada la vuelta, algo más de 12km según unos y 14km según otros, misterios de la tecnología GPS, y algo más de 1.000m de desnivel, se hace necesario un refrigerio y tras una serie de dudas nos decantamos por acercarnos a la plaza de La Cueva para allí tomar las jarras de rigor y salir bien escocidos de la espera y del coste del arreo.
No contentos y para que nadie se quedara con las ganas, en la vuelta paramos en el albergue de Calcena donde servicio y precios son más amistosos. Así que al final el sabor de boca es dulce.
Objetivo cumplido, simplemente despedirnos como como dirían los romanos de aquella época en que se le puso nombre a este gigante: "Vale Mon Canus, Omnia bene tibi eveniant".