Por fin. Con este apego a lo cercano, motivado también por la limitación ACAC (acomeracasa) de nuestro compromiso familiar, hemos ido posponiendo muchas de las hermosas rutas que nos ofrece nuestra Comunidad y limitándonos al hábitat cenefo. Una de ellas era la de San Martín de la Val d’onsera. Y cierto es que realmente no está tan lejos y sobre todo que merece la pena el hermoso paseo que se nos ofrece por esta zona: un lujo, que a veces nuestros vecinos gabachos aprecian mejor que nosotros. Pero este 22 de mayo, jornada de indignada posreflexión, hemos roto la pereza.
A eso de las 6.45 salíamos camino de Huesca, después de recoger el conductor (léase Luis) puntualmente a Juancho, Fernando y Miguel. El camino, tranquilo y entretenido con la sugerente voz del GPS del iPhone de Juancho. Cogida la carretera hacía Lérida, algún reproche llevamos, porque las sugerencias no eran puntualmente atendidas y aun conseguimos despistar nuestra ruta. Eso sí, ¡por la necesidad de pan con el que atender nuestros bocadillos!. No mucho más allá de Huesca, queda el desvío a Loporzano, pueblo de paso y hermosa panadería. Abierta ya a eso de las 8 de la mañana. Hay que continuar, ojo avizor, hasta San Julián de Banzo. La carretera no es una maravilla, pero se lleva. Pasando San Julián se continúa hasta ver una pista de tierra en mal estado, que nos ha de llevar al pequeño aparcamiento en el que comienza la excursión.
En breve, se llega a un barranco, que una vez pasado nos lleva a una pista paralela al barranco y que finalmente concluye en él. Caminamos encajonados por esta zona que se abre un poco, para seguir una senda a la derecha, dejando el barranco principal, pero que nos lleva a otro que impresiona, eso sí, menos. Es un maravilloso paseo, en una umbría queda, y con alta humedad (difícil no romper a sudar) que llega a la puerta del cierzo en el cruce de caminos que está marcado con unas tablillas. No hay pérdida en ningún caso, porque la senda a San Martín está bien señalizada. Tiramos ahí para la izquierda e iniciamos un ascenso más rápido hacia las paredes.
En ellas, pronto se vuelve a alcanzar otro cruce que marca la divergencia entre la subida por la vía ferrata, la Viñeta, el camino de los Burros. Ambos tienen igual destino, pero merece la pena seguir por la primera. Curiosa además la placa del joven que en aquel punto se despeñó, nada menos que en 1843. Plegaria dejamos. Por cierto, reabrimos en esta zona un debate que creíamos cerrado. Sirga o silga. Rafael, contumaz como bien sabemos, sigue teniendo cancha. Aunque rara vez participa en comentarios esperamos alguno para resarcirse (quia). La foto al menos se la brindamos.
La subida por este paso es preciosa y poco exigente. Basta con tener precaución. Se llega a una zona espectacular, el pico del mediodía, que bien merece la caminata. Y a las vistas, podemos sumar un descenso al barranco para acudir a la recogida ermita de San Martín de la Val d’onsera. No vamos a describir. Se va o no se va. Allí estuvimos admirando la joyita, disfrutando de la cascada y encajando este puzle que nos lleva a no entender lo poco que somos y a lo mucho que llega nuestra obcecación. Reflexionamos, eso sí, con la ayuda de la bota cenefa, y el delicioso pan de Loporzano. Que esta vez sí que hubo pan para tanto chorizo (sic, plaza del Sol: salus populi suprema lex est). Debemos loar el torto de Peñaflor y el carajillo con güisqui (caliente y en termo) que nos trajo Miguel. Excelente. Para perdonarle (o casi) su ulterior mala memoria.
Como todo es efímero, y a la vista de los numerosos y cada vez más cercanos buitres que nos rondaban, decidimos que era la hora de afrontar la previsible dura subida, que no lo fue tanto. De nuevo en la cima una foto, bajada de pantalones e intercambio de opiniones con los franceses de Guara (unos de ellos). Para no repetir, decidimos bajar desde la cima por el camino de los Burros (así te das cuenta de que es mejor subir por el otro lado, porque la sendita se las trae si hay que hacerla hacia arriba). Animados ya, incluso corremos cuesta abajo con el objetivo de alcanzar el coche poco después del mediodía, lo que nos hubiera situado en casa sobre las 14.30, previa reposición salina. Pero casi al final, Miguel se dio cuenta de que se había dejado el móvil en la cima. Cundió algo el pánico hasta que PFman salió disparado hacia arriba. El asunto, distorsionó un poco el final, pero afortunadamente, todo acabó bien. Hubo rescate y machada (perdón).
Para celebrarlo, y tras avisar del retraso, decidimos mitigar la sed en Barluenga y su club. Para visitar. A 0.7 la cerveza (no era Ámbar, eso sí; pero la perfección no existe), dejamos escaso el mostrador para tanto casco (salvo el conductor, que el cenefo es animal consciente). Recobrado el orden lógico de toda excursión que se precie, volvimos por donde llegamos y tras algunas dudas, conseguimos dejar a cada cual en su nido.
En la crónica, ningún cabreo, medalla para el carajillo, recordatorio para el contador caídas que estrenó Fernando y a Juancho, mil gracias. Y nada más. ¡Qué ustedes hayan reflexionado (o no) bien!