Pasaban las siete y media de una mañana que escondía todo tras una densa niebla, cuando fuimos llenando el coche de cenefos aventureros. Luis Lezcano, Fernando y Miguel Ángel, formación de lujo, para la excursión de hoy.
Salimos de Zaragoza, por la Ronda Norte, para tomar en Santa Isabel, la A-129 dirección Sariñena, que nos conduciría a Alcubierre. Preocupados por la niebla que pensábamos no nos abandonaría en toda la mañana, se obró el milagro, y a la salida de Leciñena, desapareció. Alcubierre nos esperaba con un cielo despejado y un termómetro con algún grado bajo cero. Allí se quedó el coche y allí comenzó la andada, pasaban pocos minutos de las 8:30.
Tomamos la carretera hacia la salida del pueblo, para a unos doscientos metros tomar un desvío a la derecha, que nos indicaba mediante un poste el camino hacia el Puy Ladrón (675m.), techo de la Sierra de Alcubierre. En los primeros pasos, y en trasncurso de la amena charla, Luis nos dejó la frase del día, para reflexionar, que acá se quede reflejada: "Siempre hay que estar contra el poder". Caminando, y mientras hablábamos de él, Ángel nos llamó para excusar su ausencia y citarse para la próxima. Luis, nuestro presidente, quedó suficientemente excusado por su carga de trabajo funcionarial (aunque suene a paradoja), no así la llamada pertinente que no realizó, y por lo que le damos su correspondiente "warning".
Continuamos por el camino que nos conduciría hacía las faldas de la cima que alberga las antenas de telefonía (visibles todo el camino), a través de una senda entre pinos, que es sin duda el trazado más hermoso de la caminata. Una vez alcanzada la cima, por otra senda, llegamos al Puy Ladrón, donde se erige un monumento a los caídos, y donde decidimos dar buena cuenta del almuerzo, regado por un excelente vino (gracias Luis) en bota, como procede. Eran las 10 de la mañana, el ritmo era bueno, la conversación amena y la mañana mejor. Bajando el Puy Ladrón, pudimos viajar en el tiempo, caminando por las restauradas trincheras de la Guerra Civil.
Desde allí cruzamos la carretera para alcanzar la Loma Orwell, en nuestro peculiar viaje en el tiempo. Alcubierre, nos esperaba, no sin antes, perdernos un par de veces (lo que comienza a convertirse en una tradición cenefa), antes de tomar el camino correcto. A las 12:50 estábamos junto al coche. Repetimos bar, repetimos jarritas de cervezas, y con la conciencia removida por lo visto, regresamos a Zaragoza y su niebla.
Y si, hoy, nos tocó acercarnos en este viaje al pasado reciente de nuestra guerra civil, esa guerra, que tenemos que tener presente, pero no para avivar odios caducos, sino precisamente para no volver a repetir los errores mayúsculos que se cometieron para vergüenza de nuestra Historia. Existiendo la palabra, ningún conflicto debería arreglarse mediante el uso de fuerza, y mucho menos cuando las balas se disparan contra el pecho de quien nació en tu mismo pueblo, o contra el que compartiste pupitre en la escuela... o lo que es más triste, si cabe, contra el que lleva tu misma sangre.
Miguel Hernández, nos dejó escrito en su Cancionero y Romancero de Ausencias:
Tristes guerras si no el amor la empresa. Tristes, tristes.
Tristes armas si nos las palabras. Tristes, tristes.
Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes.