FICHA TECNICA | |
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Fecha: | 15/11/2015 |
Distancia: | 10,75 km |
Desnivel positivo: | 638 m |
Dificultad: | Moderado |
Tiempo Invertido: | 4h23m |
Tras meses de silencio en este nuestro blog de senderismo, vamos a retomar la sana costumbre de compartir con el personal lo acontecido en nuestras excursiones con esta entrada dedicada a una de nuestras mejores rutas realizadas por los Cenefos, la que nos lleva hasta la ermita de San Martín de la Val D'Onsera.
Esta ermita se encuentra en un increible paisaje cerca de la localidad de San Julián de Banzo e inmersa en un profundo cañón solamente accesible por un vertiginoso camino equipado con sirgas.
Nos apuntamos para esta excursión Raúl y un servidor. Llegamos al punto de partida pasadas las 8. Antes hemos aprovechado para comprar pan en la panadería de Loporzano, un pan que promete un almuerzo de campeonato.
Salimos y enseguida nos vemos encañonados por un estrecho barranco que vamos ascendiendo con el fresco de la mañana.
Tras un buen rato de serpentar por el barranco y tras haber cruzado la Puerta de Cierzo, unos peñascos que envuelven el camino como si de un tunel se tratase, llegamos a una bifurcación donde la cual nos dirige al paso de la Viñeta y al camino de Los Burros. Elegimos subir por el paso de La Viñeta y bajar por el Camino de Los Burros.
El paso de la Viñeta asciende casi vertical entre moles calcáreas y no es recomendable con hielo o con la roca húmeda. Está equipado con sirgas y pasamanos y nos obliga a prestar atención para no dar con los huesos en el suelo.
Vamos para arriba y sin prisa pero sin calma alcanzamos la parte más alta en un abrir y cerrar de ojos. Disfrutamos de la vista del barranco de San Martín ahora a nuestros pies y continuamos hacia el collado de San Salvador donde lo profundo del barranco y lo alto de los picos nos dejan boquiabiertos.
Descendemos ahora por un angosto y complicado sendero hacía el barranco donde se encuentra la ermita del santo. De nuevo las sirgas nos ayudan a no dar un mal paso y perdernos en el fondo del barranco.
Alcanzamos el fondo del barranco y desde aquí queda poco para llegar a la ermita, así lo anuncia el ruido del agua al caer en la cascada que adorna la postal.
Unos pocos pasos más y ya estamos en la ermita. Nos quedamos impresionados de la rústica construcción en un lugar tan remoto e inaccesible. Los muros de la ermita cierran un hueco que deja la roca siendo ésta la que da forma de bóveda al techo del recinto.
Dentro, algunos santos y un libro de visitas donde registramos nuestro paso por aquí.
Agotados por el esfuerzo, decidimos dar cuenta del almuerzo que esta vez patrocinaba Pinturas Trasobares (presupuestos sin compromiso). Unos rebollones escabechados, un chorizo de León y un queso de Arándiga que nos acercaban un poco más al paraiso.
Lástima que el santo hizo otra vez una de las suyas y esta vez no fué el móvil lo que nos escondió sino el pan, el uno por el otro el pan de Loporzano que se quedó en el coche.
Aún sin pan, disfrutamos del almuerzo en un rincón incomparable acompañados por el sonido del agua al caer de la cascada, que acompaña todos los días al solitario santo.
Terminado el almuerzo vuelta para arriba de nuevo hacia el collado de San Salvador y de allí ahora descendemos por el Camino de los Burros, sendero con mucha pendiente que enseguida nos deja en la bifurcación donde retomamos el camino por el que vinimos.
Descendemos el barranco, cruzándonos ahora con bastante personal, y desculebreando lo culebreado llegamos al aparcamiento desde donde partimos.
Desde aquí vemos a lo lejos la niebla que envuelve nuestra ciudad y con resignación aceptamos el cruel hecho de alejarnos del sol de primavera que nos ha acompañado durante toda la mañana y de estos increibles paisajes que dejan recuerdos imborrables en nuestra retina.
Esta ermita se encuentra en un increible paisaje cerca de la localidad de San Julián de Banzo e inmersa en un profundo cañón solamente accesible por un vertiginoso camino equipado con sirgas.
Nos apuntamos para esta excursión Raúl y un servidor. Llegamos al punto de partida pasadas las 8. Antes hemos aprovechado para comprar pan en la panadería de Loporzano, un pan que promete un almuerzo de campeonato.
Salimos y enseguida nos vemos encañonados por un estrecho barranco que vamos ascendiendo con el fresco de la mañana.
Tras un buen rato de serpentar por el barranco y tras haber cruzado la Puerta de Cierzo, unos peñascos que envuelven el camino como si de un tunel se tratase, llegamos a una bifurcación donde la cual nos dirige al paso de la Viñeta y al camino de Los Burros. Elegimos subir por el paso de La Viñeta y bajar por el Camino de Los Burros.
El paso de la Viñeta asciende casi vertical entre moles calcáreas y no es recomendable con hielo o con la roca húmeda. Está equipado con sirgas y pasamanos y nos obliga a prestar atención para no dar con los huesos en el suelo.
Vamos para arriba y sin prisa pero sin calma alcanzamos la parte más alta en un abrir y cerrar de ojos. Disfrutamos de la vista del barranco de San Martín ahora a nuestros pies y continuamos hacia el collado de San Salvador donde lo profundo del barranco y lo alto de los picos nos dejan boquiabiertos.
Descendemos ahora por un angosto y complicado sendero hacía el barranco donde se encuentra la ermita del santo. De nuevo las sirgas nos ayudan a no dar un mal paso y perdernos en el fondo del barranco.
Alcanzamos el fondo del barranco y desde aquí queda poco para llegar a la ermita, así lo anuncia el ruido del agua al caer en la cascada que adorna la postal.
Unos pocos pasos más y ya estamos en la ermita. Nos quedamos impresionados de la rústica construcción en un lugar tan remoto e inaccesible. Los muros de la ermita cierran un hueco que deja la roca siendo ésta la que da forma de bóveda al techo del recinto.
Dentro, algunos santos y un libro de visitas donde registramos nuestro paso por aquí.
Agotados por el esfuerzo, decidimos dar cuenta del almuerzo que esta vez patrocinaba Pinturas Trasobares (presupuestos sin compromiso). Unos rebollones escabechados, un chorizo de León y un queso de Arándiga que nos acercaban un poco más al paraiso.
Lástima que el santo hizo otra vez una de las suyas y esta vez no fué el móvil lo que nos escondió sino el pan, el uno por el otro el pan de Loporzano que se quedó en el coche.
Aún sin pan, disfrutamos del almuerzo en un rincón incomparable acompañados por el sonido del agua al caer de la cascada, que acompaña todos los días al solitario santo.
Terminado el almuerzo vuelta para arriba de nuevo hacia el collado de San Salvador y de allí ahora descendemos por el Camino de los Burros, sendero con mucha pendiente que enseguida nos deja en la bifurcación donde retomamos el camino por el que vinimos.
Descendemos el barranco, cruzándonos ahora con bastante personal, y desculebreando lo culebreado llegamos al aparcamiento desde donde partimos.
Desde aquí vemos a lo lejos la niebla que envuelve nuestra ciudad y con resignación aceptamos el cruel hecho de alejarnos del sol de primavera que nos ha acompañado durante toda la mañana y de estos increibles paisajes que dejan recuerdos imborrables en nuestra retina.