Se cumplió la tradición de sacudir el invierno hermanando Morata
y Cosuenda, en una caminata que Paco nos organiza con un suculento final que
motiva al más pintado: esa comidita en la bodega de Silverio bien merece el
esfuerzo y la espera de todo un año. En este hubo, además, una buena
concurrencia y eso que faltaba algún ilustre como Luis I, al que recordamos en la
caminata… y en la faena de los carabineros. Nos juntamos doce. Allá había de
todo, desde boinas negras hasta recién llegados a estas etapas. Como Rafa que
por fin se apuntó después de tanto amagar. Todos con ganas de pasarlo bien y
disfrutar de un día que se presumía excelente, y eso que a primera hora la
rosadica era buena… escasos tres grados.
Una vez llegados (algunos más tarde que otros), hecha la
foto de rigor, metido el pan de los Pelos en mochilas varias, arreamos para
Mularroya, con la previsión de hacer una caminata menos exigente que el año
pasado y que hiciera alto cerca de Alpartir. La primera zona es como siempre
llevadera. De quitar murria, medir fuerzas y entablar conversaciones después de
un tiempo sin vernos. Enseguida llegamos a la zona de la cicatriz que nos ha
cambiado el paisaje para siempre. Este año, tiramos hacia Fontellas. Ya en la
subida, como era de esperar Miguel se nos va, y se vislumbra la selección
natural esperable. Dejada a la espalda la cicatriz, esa parte es digna de ser
recorrida, y más en este tiempo de campos floridos con que regalar la vista.
La parte más dura nos llega cuando subimos la senda de El
Viti, para alcanzar el convento de San Cristobal. Allí sí que ya nos toca
sufrir a más de uno. En el final de la senda, eso sí, un buen trago de vino y
al convento, donde hay consenso en lo bien que se lo montaban los franciscanos
a la hora de elegir sitio… ¡y como nos hemos encargado de machacarlo! No es
mucho el descanso que allí hacemos y enseguida tiramos hacia el barranco de la
Tejera, por la ruta que ya nos marcó Paco hace dos años. En ese descenso, Rafa,
que se había tomado una trampa y presa de la excitación de la cafeína se nos
vino arriba y tentaba a las fieras que llevábamos al lado, sin ser consciente
de que todavía no llevábamos ni la mitad del recorrido. Para entonces la mañana
ya era esplendorosa y
comenzaba a entrar ganica de almorzar. Como además en
Alpartir teníamos la baja de Pelotieso, échamos ancla poco antes de llegar al
pueblo y extendimos viandas a diestro y siniestro. Ojo que almorzando se
igualan más las fuerzas, y todos apuramos vino y comida más parejos que
subiendo cuestas. Quizás lo de la bota, siendo que teníamos a Luis I en el
hospital, estuvo más comedido, y alguna bronca hubiéramos llevado si hubiera
visto como tanto pelotón dejaba escapar viva un par de botas.
Rematada la faena, toca recoger y enganchar el camino del
río que nos lleva al valle de Tiernas. Es una zona bonita, que se empieza a
hacer algo dura porque, sin ser excesiva, hay una pendiente continua. Aquí sí
que hay selección natural a lo bestia y poco a poco se fracciona el grupo.
Alcanzamos el valle de Tiernas y entramos en una zona digna de ser recorrida.
Realmente preciosa en esta época del año en la que todavía el agua nos regala
su sonido y no hay un excesivo calor, ni marañas de mosquitos que enturbien una
caminata esplendida, exultante de primavera, de sus olores y sonidos y
salpicada de sendas, muchas de ellas marcadas, que invitan a futuras visitas. Realmente
un lujo. En la fuente de la Jordana, reagrupamos y echamos un largo trago
reponedor. Ya solo nos queda la cuesta del Tío Francisco, zona habitual de
hostilidades entre boinas negras. Allá nos fuimos divididos en dos grupos, con
la promesa de reagrupar en la cima. Esta vez, toca subir cada uno a su ritmo,
por una senda exigente y dura, pero que merece la pena. Como se prometió dejar
dicho quien coronó primero, se hace. Parece que fue Miguel, aunque Javi reclama
el primer puesto, ya que se cuenta que Miguel la hizo corriendo. Por detrás, los
demás en el orden que muchos imaginarán.
El descenso se lo dedicamos a Newton, ¡que buena cosa es llevar
el peso de aliado! Mucho más ligero, en breve nos plantamos en Cosuenda, aunque
también por turnos como es previsible. Cuando alcanzamos meta, o sea bodega,
nos cuentan que fue Javi el que primero llegó, aprovechando eso sí, algún
despiste. Y tuvo que ser disputada porque Chema va con heridas de guerra. A
partir de aquí, fue todo memorable, al menos lo que la memoria permite recordar:
gambas, carabineros, chuleticas, Marqués de Riscal, Torre Muga, champán (champagne de la champagne), gin tonics (parece que en plural), jotas,
canciones múltiples (hay vídeos), risas varias… y el gallito. Que costó.
A nuestros anfitriones de Cosuenda, ¡qué les vamos a decir!
Sois encantadores y os agradecemos que nos hagáis un hueco todos los años en
vuestra bodega para celebrar esta andada y poder recargar pilas. Y gracias a
los organizadores que saben lo que significa compartir kilómetros y celebrarlo
entre buena gente. Hasta el año que viene (con gaseosa).
(Ah, y perdón por la tardanza, pero se ha complicado la cosa
esta semana)