viernes, 14 de noviembre de 2014

Pusilibro desde Loarre


FICHA TECNICA
 Fecha:   02/11/2014  
 Distancia:   16,3 km  
 Desnivel positivo:   694 m  
 Dificultad:   Fácil 
 Tiempo Invertido:   5h1m 

Existe en el linde de La Hoya de Huesca un castillo que otrora sirvió para defender al joven Reino de Aragón de las huestes sarracenas, sitas ellas en la cercana población de Bolea, ahora famosa por sus cerezas.
Loarre da nombre a este castillo propiedad original de Sancho III de Pamplona y cedido a su hijo Ramiro, el que a la postre sería el primer rey de Aragón.
Aunque sus muros y murallas evocan cruentas batallas medievales, parece ser que en ningún momento hubo batallas épicas entre moros y cristianos, quizás por la aparente invulnerabilidad de la construcción quizás porque a los musulmanes poco les importaban esas tierras montañosas tan poco útiles para la agricultura. Así que el castillo se ha conservado impecable hasta nuestros días y por eso ha sido usado en algunas ocasiones como exterior de rodajes cinematográficos y televisivos.
Aunque no quiero alargarme con la historia de este afamado castillo de Loarre, no puedo pasar por alto la reforma que hizo Sancho Ramirez, hijo de Ramiro I. Para que el Papa reconociese como reino al joven reino apócrifo de Aragón, Sancho Ramirez ofreció vasallaje al Vaticano y por ésto, además de hacer el correspondiente reconocimiento, ofreció fondos para la primera ampliación del castillo; además a partir de entonces en la enseña real de Aragón luciría como fondo el campo dorado, distintivo de la Santa Sede, y así ha perdurado hasta nuestros días.
Historia antigua aparte, nos centraremos en una historia más reciente, la acontecida el domingo día 2 de noviembre por las tierras de la Hoya de Huesca.
A esta cita acudimos: Raúl, Fernando, el recuperado Juanjo y el que narra, un servidor. Temprano pues desde Zaragoza hasta el castillo de Loarre tenemos hora y media de viaje y no queremos que se nos haga muy tarde en la vuelta.
La mañana fresca nos despabila y aunque nos faltan los tertulianos más activos, el camino no se hace aburrido y en un pispás nos plantamos en Ayerbe donde Juanjo, haciendo gala de sus dotes comerciales, nos consigue un pan recién salido del horno a un precio de ganga.
Con el pan y las risas, hacemos los escasos 8 kilómetros que nos quedan hasta el castillo y allí nos deleitamos con la formidable fortaleza que apenas se deja ver entre la densa niebla de este primer domingo de Noviembre.
Botas, mochilas y pertrechos preparados, arrancamos raudos para intentar combatir el frío de estas primeras horas de la mañana.
Miguel, con su GPS nuevo, nos guía con maestría primero por un camino, luego campo a través, un sendero, ... y, "¡¡Parad!!, que nos hemos salido de la ruta". El exceso de confianza hace que nos hayamos desviado bastante de la ruta elegida y en lugar de volver decidimos innovar y ascendemos a través de un barranco que vemos nos conduce al camino original.  El barranco, al principio facilón y acogedor, se convierte en una maraña de maleza que nos cierra el avance en uno y otro flanco. Sin ver salida buena, a apenas 50m de la ruta original, hemos de retroceder penosamente; una retirada a tiempo es una victoria, queremos pensar.
Encontrado el camino desde donde tomamos el barranco, replanificamos la ruta con el mapa del GPS y ahora por camino el avance es mucho más rápido.
Alcanzamos en poco rato la ruta original por la que vamos haciendo camino y gana de almorzar. Buscamos un sitio recogido y acogedor y lo encontramos al lado de un pino caido y entre algún boj, allí preparamos el improvisado comedor.

Con el pan de Ayerbe, los boquerones de Raul, el chorizo de Salamanca de Juanjo, la butifarra negra, ... nos damos un festín de rechupete, siempre regado por la bota Cenefa que no se pierde una.  Aquí vivimos un momento tenso cuando Juanjo le preguntó a Raúl si se comía las colas ¿?  Se refería a las de los boquerones, vaya susto.
Como la niebla en lugar de levantar parecía hacerse cada vez más espesa y el frio empezaba a calar en nuestros inmóviles cuerpos, y a punto de empezar a hacer la digestión, decidimos arrancar para llegar a nuestro objetivo del día, el pico Pusilibro.
Primero por camino y luego por sendero vamos dejando a nuestro paso cantidad de setas y hongos los cuales por no conocerlos no puedo dar más detalles que el color: naranjas (creo que eran rebollones), blancos grandes, rojos pequeños, otros grisáceos, ...; Raúl casi se desatornilla la cabeza de mirar de un lado y para otro.
Hacemos los últimos metros y accedemos al Pusilibro, de casi 1.600m de altitud. Allí un vertice geodésico nos incita a fotografiarnos en la cumbre y hacemos un selfie (simply según Raul) como los modernos.
Aquí el aire cala hasta los huesos así que apenas unos minutos, alguna foto y enseguida descendemos por la otra vertiente del monte para buscar el sendero de vuelta hacía el castillo.
Tornamos ahora por una espectacular cresta rocosa que nos hace pensar las magníficas vistas que tendríamos desde aquí si no fuese porque la densa niebla sigue presente a nuestro alrededor.
Por la cresta, según Juanjo muy expuesta, vamos perdiendo altura rápidamente y enseguida nos plantamos en un cómodo camino que nos habría de conducir hasta el sendero P.R. que termina en el castillo.
Desde los últimos tramos del sendero las vistas del castillo son espectaculares y solamente quedan deslucidas por la niebla que nos ha acompañado durante toda la mañana y que justo ahora parece que empieza a levantar.
Tras discutir levemente en qué lugar habríamos de reponer las sales perdidas en esta mañana de domingo, escogemos el bar que hay en el centro de visitantes del propio castillo, así la recompensa es doble.




Excursión totalmente recomendable y seguramente repetiremos para disfrutar de las vistas que hoy apenas hemos podido imaginar.



Fotos de la salida

1 comentario:

  1. Pinta estupenda... habrá que repetir o qué. A tiro de piedra las tres estrellas Michelín.

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