viernes, 4 de abril de 2014

Peñaflor y su Vedado


FICHA TECNICA
 Fecha:   30/03/2014  
 Distancia:   15,71 km  
 Dificultad:   Fácil 
 Tiempo Invertido:   3h54m 
Muy cerca de Zaragoza en el barrio de Peñaflor, se encuentra un paraje merecedor de una buena mañana de paseo disfrutando del monte y del aire libre.
Se trata de un pinar de secano distribuido por un suave y romo perfil orográfico en el cual la riqueza faunística es importante; nosotros mismos fuimos testigos de algunas aves y roedores que huían despavoridos al sentir cerca nuestras botas.
Quedamos en Zaragoza entorno a las 7:30 con una hora menos de sueño y una mañana todavía con legañas en el horizonte.
El cielo gris amenazaba lluvia, una lluvia que al final solamente hizo su aparición en las conversaciones de los Cenefos que ese día aunduvieron explorando el Vedado de Peñaflor.
Fernando, Raúl y Miguel llegaron de buena mañana al barrio Zaragozano de Peñaflor y el primer objetivo era claro, conseguir pan tierno para el almuerzo Cenefo, una vez más la mala suerte hizo presa de tan nobles Cenefos y tras dar un par de vueltas al pueblo no encontramos panadería alguna y eso que algún vecino sobrio nos había indicado el lugar exacto; con los ebrios no nos atrevimos a probar suerte.
Por fortuna, al lado de la supuesta panadería había un bar en el cual hayamos quien nos dijera que ese día no abría el despacho de pan. El disgusto fue tal que nos obligó a añadir al café unas gotas de licor que ayudaran a hacer reaccionar al cuerpo entumecido por la madrugada y el disgusto.
Raúl comenta que lleva un poco de pan, Miguel que otro poco y cual milagro de panes y peces al final hasta sobró. Me da que algo así debió ocurrir en aquellos pretéritos tiempos.
Con el cuerpo puesto a punto por un buen carajillo mañanero, nos acercamos en coche hasta donde sería nuestro punto de partida, cerca del campo de fútbol del equipo local. Allí dejamos el coche, ajustamos botas, cargamos mochilas y comenzamos la ruta.
El camino es tendido y recto, soso por momentos, pero la variada conversación hacía que pasasen los primeros kilómetros de forma entretenida.
Llegamos a las primeras zonas de pinos y en ella alguna cuesta de poca importancia y un atentado para nuestros sentidos. De una caseta de cazadores próxima al camino parte un aroma inconfundible, panceta a la brasa que despiertan nuestras más profundas envidias. "¡¡Vaya festín que se están dando algunos!! y si entramos a ver si nos dan algo", nos interrogamos los unos a los otros. En fin, pasado el trago, continuamos ahora hacía una zona más alta escapando de la tentación. Allí encontramos una torre vigía de guardas forestales.
Llegando a la torre queda claro que a Raúl no le gustaría estar en la torre durante una tormenta y cavilamos sobre los peligros de rayos, centellas y otros fenómenos que durante una tormenta sobrecogen alma y cuerpo.
Apenas unas fotos y un disfrute de las vistas desde este punto, y volvemos al camino el cual nos debía llevar hasta el lugar donde habíamos decidido almorzar.
Para no alargarnos mucho en tiempo, decidimos acortar haciendo un poco de aventura campo a través y, maravillas del GPS y del entendimiento del mismo, aparecemos en el camino exacto pero con algún kilómetro menos.
Un poco más de terreno fácil y hemos de comenzar la única subida importante de la jornada. Aunque la subida tiene un par de rampas de tener en consideración, por cortas apenas hacen mella en los experimentados andarines.
Llegamos al vértice geodésico de Campillo, poco más de 400m de altitud y un lugar perfecto para un buen almuerzo compartido: olivas, piparras, longaniza, queso, chorizo, ...; y, como no, vino en bota.
Hasta nosotros se acercan un par de ciclistas que envidiosos de bota se hacen los remolones alrededor de los Cenefos que, como mundialmente se sabe, son de naturaleza compartidora y enseguida pasan la bota a los sedientos ciclistas que agradecen el doble trago del que disfrutan.
Repasamos ruta y todavía nos quedan unos 7km, por lo que hemos de salir pitando. Arrancamos ahora con ritmo un poco más vivo disfrutando desde esta parte más alta de la belleza de este singular paraje.
Algunos cruces de caminos más que el GPS nos ayuda a sortear y un corte a cuchillo para alcanzar la zona donde habíamos dejado el coche unas pocas horas antes.
Finalmente casi 16km de un estupendo paseo digno de una mañana de domingo entre amigos, con el ya clásico final, jarra de cerveza fresca para reponer sales.
Entorno a la una nos volvemos para Zaragoza, cada mochuelo a su olivo y esperando volvernos a ver muy pronto.



Fotos de la salida

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