Propuso no hace mucho Luis I unir Moratas, la del Jalón que nos arrebatan y la del Jiloca que le afluye. Nuestro guía tanteó primero la ruta y parecía que la distancia estaría allá por los 36 km, asumible para una mañana de verano, la del 28 de julio en la que Maldonado prometía tormenta de las buenas para el mediodía. Para evitar el sol previo y la tormenta posterior nos citamos a las 5h en la Plaza. Por unos motivos o por otros al final quedamos seis andarines dispuestos a hermanar moratas. Tras la foto de rigor en la plaza, comenzamos a andar a eso de las 5.15 h.
La primera parte, que nos iba a llevar a El Frasno la conocemos de numerosas andadas previas. El ritmo era fuerte (bastante fuerte) en estas primeras cuestas que nos van llevando a El Frasno donde llegamos con las primeras luces del día, poco antes de las 6.30 h. Paramos en la panadería a recoger algo de pan y bollería que aumente la carga de las pesadas mochilas que llevamos, y tras escarceos varios tomamos el camino del cementerio para subir a la erilla alta. Es la subida fuerte de la jornada, eso sí por un bonito paisaje. Ni que decir tiene que no hubo mucho agrupamiento en la subida, y que a algunos, como el que narra y Moncho, tanto ritmo se les atraganta. En el cruce con la senda de Aluenda, hacemos un alto, para reponer algo de fuerzas y allá nos ofrece Moncho plátanos, sin lugar a duda manipulados. No se entiende si no, como Moncho reinicia el camino a toda velocidad, al lado de los miuras, y dejando atrás al único que no se había dopado. Afortunadamente, el alto se alcanza enseguida y nos reagrupamos para tomar la pista que sale a la izquierda justo antes del cruce con la carretera.
El descenso, vestido de pinos y alegrado por la humedad de la mañana, es bastante entretenido. Guiados por Luis I, vamos poco a poco acercándonos a Sediles donde tenemos prometido un buen almuerzo. Allá llegamos sobre las 9.15 de la mañana y con más de la mitad del camino hecho. Buscado un sitio donde dar cuenta de la tortilla de patata que nos trajo Pelo, el vino de Luis I y los quesos, tomates y embutidos varios, descansamos durante un rato, a la vez que Luis I nos introduce en la sabiduría popular de Pololes. Dejamos constancia de una perla: “Pobre y tonto, que mal asunto” (si Pololes previó esta crisis y sus medidas, no lo sabemos, pero pudiera…).
Acabado prácticamente el vino, aliviadas las mochilas y transferido el peso, de nuevo foto, reponemos agua y para adelante a eso de las 10 h. Salimos de Sediles camino de Belmonte y entramos en una zona de monte bajo, plagado de almendros, expuesto al sol que se hace más dura que la previa. Pronto vemos Belmonte, Mara y la serranía que tenemos que cruzar para llegar a la otra Morata.
Con calma, descendemos a Belmonte, donde de nuevo nos inmortalizamos. Ascendemos el pueblo y nos tiramos monte arriba. Esta parte es la más fea. Ya el sol calienta de lo suyo. La última subida se nos va atragantando y se hace dura la subida, no por lo larga, si no porque ya pesan los kilómetros. Menos mal que nos ha prometido Luis I que una vez arriba todo es bajada hasta Morata. Promesa, que una vez arriba, suspende hasta cruzar unas torres de alta tensión que vemos a lo lejos. Promesa que una vez alcanzadas las torres, alarga hasta un poco más allá… Casi perdemos la esperanza cuando vemos por fin, que el camino pica hacia abajo. Y sí, en poco, vemos Morata de Jiloca.
Hasta la próxima que parece será el Moncayo, allá por el 25 como solemos hacer todos los años. ¡Qué no sea demasiado el estropicio de Almonacid!, que no sobra monte para machacarlo.
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