Sábado, 23 de abril. San Jorge. El día anterior, Viernes Santo, en vista de lo complicado del tiempo, decidimos hacer una salida corta y comenzar a las 9h. A esa hora acudimos, ya sea al albergue o a la Plaza, Javi G., Antonio, Dani, Ángel, Fernando Juancho, Rafa y los Luises. Los que en principio habíamos quedado. En la plaza nos encontramos un nutrido grupo de colegas, con Paco a la cabeza, que también habían decidido despedir la Semana Santa con una andada. Ellos lo tenían claro: subida a la Sierra. Nosotros no tanto, así que decidimos lo lógico: andada comunitaria. La subida al punto geodésico de nuestra Sierra, por el barranco, es un clásico, con tiempos de subida, según nos han referido, que dan escalofríos. Así que se presentía movimiento.
Y así fue. El inicio fue bravo, con Ángel a la cabeza, que se dispara en busca del primer grupo. En todo caso, el ritmo era llevadero, pero lo mantenido de la subida hizo que aparecieran las primeras diferencias. Atrás iban quedando Dani y Rafa. Grupo al que se sumo Luis para ir aliviando tensiones y de paso evitar la falta de resuello que se presumía adelante. No obstante, las cosas estaban calientes detrás. Rafa, se acordaba de aquella máxima cenefa: “Si quieres ir rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos, camina en compañía” y maldecía una y otra vez. A Dani, algo castigado por el resfriado y con poco rodaje, la cuesta se le iba haciendo cada vez más dura y tuvo mérito que no abandonara. Tentado estuvo. Nos dejó la frase del día: “He salido a una andada, no a una cronoescalada”. En todo caso, si nos olvidamos de tiempos, el paseo es totalmente recomendable. Una subida exigente, un bonito paisaje, y una mezcla de senda y monte, justo en la puerta de casa, que nos permite un buen entrenamiento.
Con paciencia fuimos llegando arriba. La cima estaba mucho más concurrida que la plaza del pueblo seguro. Nutrido grupo que queda reflejado en la foto que se acompaña y de la que se desgajó Rafa. Aun hubo tiempo para alguna incorporación más, y al poco, tirar para la Atalaya. El monte está realmente impresionante y la mañana acompaña. Ahora sí, vamos cada uno a nuestro ritmo disfrutando de la andada sin excesivas prisas. En la Atalaya tenemos tiempo para un foto y unas cuantas risas, antes de descender de nuevo hacia el pueblo por el camino que va paralelo a la, ya antigua, autovía.
Allí, la mayoría nos dirigimos al Albergue para dar cuenta de una cervecitas y alguna tapita. Ya se sabe: cervezas varias, algo de picar, debates sobre cómo organizar rutas senderistas en Morata y poquito más.
Luego nos quedamos unos pocos a disfrutar del maravilloso rancho que nos había preparado Lourdes. Realmente impresionante. Comida de hermandad por todo lo alto, que disfrutamos y esperamos que se pueda repetir próximamente. Hubo jotas, buena gana y mejor humor. Ya cantamos en su momento las alabanzas pertinentes por la hospitalidad que nos dispensaron, pero la dejamos patente, y por escrito, en esta crónica. Gracias.
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